
Análisis del film “Pi” (Darren Aronofsky- 1998)
El descubrimiento
Max Cohen es matemático. Un hombre retraído, de cabeza gacha y mirada esquiva, que en la calle llama poco la atención. Cuando ingresa al edificio donde vive, evita cruzar hasta el diálogo más trivial con sus vecinos, quienes le dan poca importancia, aunque desconocen lo que vela la puerta que ingresa a su departamento. Seis cerrojos montan guardia y le brindan seguridad ante la invasión de los indiscretos. El monoambiente exhibe su curiosa morada. Las paredes se ocultan tras el enjambre de cableríos, tomas de corriente, circuitos impresos, monitores, ordenadores, que conducen sus ramificaciones a una estructura central; un andamio con anaqueles acerados que encierran en su interior el microchip que vitaliza la super-computadora: Euclides.
Sol es el único confidente de Max, un mentor en su carrera que le brinda los conocimientos de sus últimas investigaciones. Esta vez, Max visita a Sol por un descubrimiento que éste último había abandonado hacía tiempo. El Número está por cerrarse, la serie de Fibonacci, el Vitrubio de Da Vinci, la cuadratura del círculo, la proporción aurea, la espiral de Arquímedes. Max manifiesta la ansiedad de un niño y el pánico de sus aproximaciones. Sol, muy lejos de sus tiempos entusiastas, lo desanima conduciendo el diálogo hacia el azar y la teoría del caos. A partir de ese instante, Max Cohen se sentirá más solo que antes.
Religión en alza
Max Cohen sufre de cefaleas constantes. Lo mismo le sucede a Euclides cada vez que Max intenta atrapar a una hormiga fisgona que se pasea por el microchip de silicio; y cada vez que intenta descifrar en sus monitores la invariabilidad de esa cifra que emerge de sus cálculos. El sabe que ese número cercano a los 216 dígitos corresponde a la simiente natural de todas las cosas, pero niega que “si mira directo al sol puede perjudicar su visión”, tal como se lo había aconsejado su madre cuando niño.
Una llamada telefónica particular le indica que su secreto es advertido por el entorno exterior del cual Max se escabulle con celosa cautela. ¿En qué pueden confluir una empresa de Wall Street y una Secta de Cabalistas Judíos? En el denominador básico que moviliza sus métodos, las Matemáticas. Y allí es donde Max Cohen se convierte en el portador de la clave que puede desenmarañar tanto sea un negocio millonario, como el descubrimiento del mismísimo nombre de Dios. La elucidación de este destino lo zambulle en un magma de persecuciones que desencadenará su ira y su alocada carrera por escapar de los que intentan importunar su íntimo nicho vital.
Lenguaje químico
Bloqueadores Beta, bloqueadores canalizadores de calcio, inyecciones de adrenalina, altas dosis de ibuprofeno, esteroides, altas dosis de Trager, ejercicio violento, supositorios de cafergot cafeína, acupuntura, marihuana, percodan, midrina, tenormina, sansert, homeopatía.
El ejercicio mental de Max no agota la jaqueca que late esporádicamente con pulsaciones horrorosas, decide arrojarse al suministro de sus medicinas habituales. Comprimidos de Promazine, Sumatripan y una pistola de vacunación subcutánea de Mesilato de Dihidroergotamina.
Sol, mientras juega con Max una partida de Go, lo conmina a abandonar toda su búsqueda por tratarse de una arrobamiento que lo podría enajenar. Max se siente insultado y abandona a su confidente en medio de una tumultuosa discusión.
Las migrañas vuelven al ritmo rabioso de la fundición del microchip. Un vínculo extravagante y endócrino que unifica sus procesos biológicos a los de los circuitos de su computadora. Este matrimonio lo conmina a pensarse aritméticamente, hasta llegar a pronunciar que toda su estructura molecular está hecha de números.
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Al graficar los números de cualquier sistema, emergen patrones. Max Cohen estaba descubriendo patrones en las series numéricas de las acciones en la Bolsa de Comercio. A esta altura la representante de una firma de Wall Street acosa a Max al punto de extorsionarlo por su hermetismo ante una negociación que él no admite. Sus conocimientos en las matemáticas podrían enriquecer a tantas empresas como arrojar a la quiebra a las competidoras. Max hace caso omiso ante una prometedora suma.
Un jasidim investigador de La Torah también recurre a su sabiduría. Max Cohen fue elegido para desentrañar el enigmático nombre de Dios, una cifra que se repite a lo largo de los Escritos Sagrados y que jamás los sacerdotes hebreos habían podido dilucidar. Frente a esto, Max muestra un celoso retraimiento. El sabe que su cabeza resguarda un enigma universal que no piensa divulgar, pues en su publicación cae su secreto. Un misterio que larva desde que pudo ver de niño al sol sin siquiera pestañear, un escamado silencio que da la impronta de su misión vital. La clave que sustancializa una estructura del todo y expulsa al azar como sospechado capricho. El parentesco del proceso mental humano con el sistema binario. El “Todo posible de significar” va a ser el teorema de su excéntrica historia.
Alucinosis
Hormigas por el teclado, sustancias gelatinosas en los circuitos, charcos de sangre en el subterráneo, la viva imagen de un cerebro fresco en el lavabo. La certeza de una persecución callejera por un secuaz de alguna compañía implicada en su deterioro. Las migrañas se reactivan con insolentes estallidos. Euclides parece cobrar vida propia cuando detiene sus procesamientos. Max decide rapar su cabello para rastrear el origen del dolor. Toma la pistola de vacunación y se inyecta una dosis de una medicación cualquiera en su sien derecha. Su cuerpo ingresa al derrumbe en cascada de lo que parecía soportar una consistencia aritmética. El bisturí intente extirpar el padecimiento que carcome sus ecuaciones. Un agujero nuevo en su corteza dérmica para exhalar la compresión neurológica y poder continuar con la sinapsis activa, porque El Número está penetrando en su cerebro.
Sol
Max Cohen está imposibilitado de realizar ninguna actividad, si no es la recitación constante de un mantra que es dictado desde su conciencia: El Número. Tendido en el suelo de su hibernáculo informático, tiembla y suda ante la mención del código. La invasión se desencadena en cataratas aritméticas. Sin embargo, hay un dejo de felicidad en su mirada turbia, una luz comienza a envolverlo hasta engullir todo trazo de realidad cognoscible.
La imagen de Max se funde consigo mismo en un parque, en el descanso de un banco de granito, sumido en la admiración de las copas de los árboles silenciosos. Los colores se realzan en una novedosa danza. Ya nada importa, sólo el renacer del mutismo frente a la Natura siempre Real, sin claves ni sentido. Y la mirada sin razón de un sol distante, tras las nubes.
Emilio Malagrino
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