domingo, 8 de mayo de 2011

Civilización bárbara



Análisis del film "Les Invasions Barbares" (2003)



Civilización y barbarie

La etimología de la palabra Bárbaro procede del griego, siendo ésta una transcripción de la connotación en su origen con la que se la atribuye actualmente como sinónimo de salvaje, bruto o tosco, aunque su significado inicial era "extranjero", en el sentido de "los que balbucean" o de "los que no conocen el griego". La división identitaria se conformaba de esta manera: los helenos y todos los demás.

Posteriormente, los romanos difundieron el uso del término, dado que utilizaron esa palabra tanto para describir como para dar trato a los invasores del Imperio Romano. La visión clásica refiere el concepto a todos los extranjeros de las comarcas fronterizas al Imperio, entre los cuales se subrayan tres clases de pueblos invasores: los hunos, los eslavos y los germanos.

Mucho tiempo después, en la Pampa húmeda, un tal Domingo Faustino Sarmiento evocaba al espíritu del caudillo mal educado Facundo Quiroga: “Facundo no ha muerto; está vivo en las tradiciones populares, en la política y revoluciones argentinas; en Rosas, su heredero, su complemento: su alma ha pasado a este otro molde, más acabado, más perfecto; y lo que en él era sólo instinto, iniciación, tendencia, naturaleza campestre, colonial y bárbara convirtióse en Rosas en sistema político, arte, efecto y fin.”

En 1946, Cornelius Castoriadis y Claude Lefort idearon un movimiento marxista que pasaría a llamarse “Socialismo o Barbarie”. Combatían al stalinismo y al “estado obrero degenerado” desde el antidogmatismo. Consideraban la Unión Soviética como una mascarada del capitalismo de Estado. Paradójicamente, este movimiento se disolvió instantes previos al Mayo francés.

La condensación y el desplazamiento de las principales ideas partidarias del siglo XX, el impacto de las guerras mundiales, la argamasa de las estructuras piramidales de poder, así como la burocratización de movimientos en principio cristalinos, dieron el marco a la liquidez de los sistemas de pensamiento y acción. La posmodernidad asoma su nariz fragmentada, mediante la confluencia de la desintegración, la incoherencia, la globalidad, la comunicación, la multivocidad, el estallido cultural. En fin, se establece la imposibilidad de heredar un tradicionalismo, aunque en su seno conviven la integración de fuerzas sistemáticas de un pasado extenuado con la idiosincrasia de la democracia individual del todo vale.

El cáncer terrorista

Una lectura contemporánea, de cierto relativismo político, reubica la designación del antiguo bárbaro hacia una nueva extranjeridad transcultural, de insuficiente empatía tradicional e ideológica con el pensamiento global, que posibilita un escenario bipolar. La conformación del ser occidental se ve amenazada por la irrupción, otrora exótica y turística, del elemento fundamentalista de Oriente Medio. Un actor social ataviado con túnicas multimillonarias y cargadores de metralla, perseguidor de dogmas sacros incólumes, se presta al derrame del carcinoma que envenena las células económico-cristianas. Un nuevo enemigo no stalinista, breva por la imposición y/o defensa de un sustrato crudo de refinería mahometana. El tablero está planteado, dos ejes se ciernen por la conquista del motus vivire, operando sobre el antagonismo entre el terror y la valentía, suicida. El antes consabido simpático asiático y regateador posando ante un dromedario en la agenda de todo rejuntador de postales, ahora se filtra invisible con traje a medida, laptop y pendrive, conduciendo una Cherooke 4 x 4 en las avenidas ajetreadas de los brokers y señoras paquetas.

La santidad de una guerra paciente, ejecutada en los corazones monumentales de las cities, quebranta la legitimidad de la distinción fronteriza, como un caballo troyano emancipado de sus tierras nativas. La dificultad de marcar una distancia, la irrupción de lo sorpresivo, los soldados fuera del campo de batalla, encolumnados en el civilismo, inaugura otra estrategia, silente, sosegada, en la base del individuo y la familia. Sin embargo, el reconocimiento lombrosiano resucita airoso cuando una coloración de piel denuncia al peligro inminente.

Se ha descripto este fenómeno en términos biológicos, enfermedad, cáncer, células dormidas, por su parentalidad con el registro de la intrusión patógena en un cuerpo sano. Lo indomable que los nuevos virus pergeñan ante el avance de la carrera científica, una guerra natural que sistematiza los métodos tanto de tratamiento como de marketing publicitario.

Dentro de la comunidad político-bélica se atiende a la prevención de la salud mediante alertas coloridas para su cómoda identificación, alerta amarilla, naranja, roja, en la simulación de pastillas peligrosas más no sedativas. Y el control social se reactiva en los sumideros del terror, alterando la antigua premisa del Estado Protector por lo cual cada ciudadano es responsable y dueño de la proximidad-distancia ante un humanoide de rasgos no occidentales.

Social Capital… televisivo

Había una vez una revolución, en Francia, un proceso social y político que determinó la caída del sistema feudal erigiendo las ideas del período de la Ilustración tales como libertad, fraternidad e igualdad. Conjuntamente, los medios de producción se volcaron al capitalismo como fuente del aparato mercantil, operando en función del beneficio más las ganancias. Como respuesta a este movimiento que alberga los capitales en los nidos de la burguesía, surge La Conspiración de los Iguales, una corriente social que prometía dar solución ante las cuestiones de acumulación irreverente. Estas dos masas recalcitrantes en su polar accionar continúan hoy día con la pulseada, por un lado material, por el otro ideológica, siendo el capitalismo el consorte de la real instalación global.

En la era contemporánea se cree que “utopía, proletariado y revolución”, contrariamente a sus definiciones, parecen albergar en su seno un credo de anacronismo ante el avance de la tecnocracia y los mecanismos productivos. La tendencia de los Iguales parece revelarse ahora, no tanto en la desposesión sino en la composición social del homo indiviso, tecnologizado, comunicado, ahogado en la Web; instancias que identifican una corporación de similares. Todos somos bytes, datos.

La vieja contienda de ideas se retuerce. La inclusión en la mega-memoria, la mass media y su articulación con el Sinóptico donde todos miran (muy distinto al Panóptico) integran aunque desintegran la posibilidad del diálogo paritario, unificando las protestas en el estrato unívoco de la seducción imaginaria. La inmersión tecnológica y mediática apunta, global y colonialmente hablando, a la conquista de las necesidades primarias, sin bandera ni partidismos. Y la atracción se hace sentir tanto desde el control remoto hasta el control de los remotos excluidos mediante ensoñaciones de pertenencia. Todos pueden, la oferta se regala en combos, en lenguajes de meretrices que seducen hasta los témpanos más anárquicos.

Mientras el tan ponderado consenso sea operativo, inclusivo y acertado, no habrá un bendito ciudadano en desacuerdo, todos marcharán victoriosos en pos de las cajitas felices, viendo felices los bailes del caño, defendiendo el “andar de caño” si la inseguridad arrecia, y votando nombres seguros, si el apellido no se recuerda.




Unidos o atacados

Septiembre de 2001, los televisores de un Hospital canadiense no cesan de reiterar las imágenes de dos edificios en llamas; surge la teoría del atentado terrorista. En una de las camas, un cuerpo rezonga y se dispone hacia una recta final, debido a la extremísima unción de un designio susurrado por el cuerpo médico ante la invasión de un carcinoma letal. Este hombre es Remy, otrora profesor de universidad, enseñador coherente con sus ideas sociales, filósofo intelectual advenido en las tertulias amistosas, donde en cada cena de allegados se cocinaban las esferas política-social-económica de la historia universal. Aunque formaba una familia nuclear, sus idealismos policulturales también se reflejaban en el afán lujurioso por los cuerpos femeninos, siendo un corsario indomable de la sexualidad activa. Sebastien es uno de sus hijos, economista y bancario de renombre, puritano estructurado y de bajo perfil. Posicionado en un estrato social elevado, obsesivo de las cifras y la pulcritud.

Padre e hijo vuelven a cruzar sus disidencias eternas en el entorno aséptico del hospital. Remy lo resume así: “Mi hijo es capitalista, ambicioso y puritano. Yo siempre he sido socialista y voluptuoso.” Las rupturas ideológicas contienen un sustrato sanguíneo, de antigua competencia edípica, que se traduce y compensa con el pensamiento desigual. Pero ahora, el apronte de lo real, las células mortíferas que no pueden ser suplantadas por argucias intelectuales, deja una marca de lo que vendrá. La enemistad, precisa de dos contrincantes sanos, donde el campo del amor-odio se expresa. Pero lo siniestro, interno, degenerativo, allana la escena de la rivalidad. Lo innombrable, lo extranjero a la estructura discursiva, la certeza fatal de lo que hará falta en lo real, se impone mediante señales de ataque a la inmunidad celular de Remy.

Así como la invasión invisible del Medio Oriente apunta al corazón de la civilización, el cáncer terrorista que aplasta desde dentro como células dormidas; el cuerpo de Remy es embestido por una desregulación interna que germina desde la oscuridad. El equilibrio familiar es asaltado y debe prepararse ante el combate.

La dialéctica imaginaria del padre socialista y el hijo capitalista es abordada por la irrupción de un agujero que no cesa de no escribirse. La crónica de esta muerte anunciada deja un margen para que algo, más acá del epitafio, pueda ser escrito. La muerte en sí misma obliga, en tiempos de descuento, a una articulación con el registro simbólico. De a poco, Sebastien y Remy se reconocen anacrónicos en una batalla que supera sus disputas falocéntricas. Van anudando el lazo deseante antes corroído, frente al nuevo enemigo común. Amo y Esclavo lloran de antemano. Muerte, culpa y duelo permiten el arribo de la función paterna y filial.

La invasión bárbara que no se advierte, es un acto furibundo que derriba lo inteligible. Si se la enfrentara mediante guerras preventivas, la ficción imaginaria caería en sus propios velos. Ahora si la respuesta adviene del registro simbólico, la ética del inconsciente y la cultura podrán articular el respeto por las diferencias y la ajenidad del otro.



Emilio Malagrino









El hombre oso



(Análisis del filmGrizzly Man- Werner Herzog - 2005)




Primeras tomas

Timothy Treadwell se agazapa delante de la cámara que sostiene su novia Amie Huguenard, frente al panorama primaveral de la Reserva Nacional de Katmai en Alaska. Improvisa en crudo lo que será la presentación de su inminente documental. Detrás suyo, el verde césped se aplasta bajo las sombrías siluetas de dos osos pardos, Ed y Rowdy, miembros de una banda subadulta. La corpulencia de los animales obliga a Timothy a voltear para prevenir cualquier aproximación. Sin embargo, él estará dispuesto a estrechar cada vez más las distancias que aíslan la existencia del ecosistema natural de la cultura humana.

Timothy decreta una proclama de su condición: ese territorio no le pertenece, si se muestra débil o escurridizo, los osos lo dañarán, hasta causarle la muerte, lo decapitarán, lo cortarán en pedacitos; hay que perseverar, como un guerrero, o como una flor, implacable y natural… Las palabras de Timothy se revisten de tonos poéticos; y las verbalizaciones edulcoradas por una insoportable voz aniñada claman por su amor a las flores, los zorros, y los señores osos. Todo el caudal de sus emociones se reproduce en gestos exagerados. La modalidad de su comportamiento se configura en torno a un ideal, el audaz emprendimiento de su deseo oculto.

El embriagado discurso, la extravagancia de un documentalista imprudente absorbido por el caos natural, el desvío del método científico, conducirán a un vertiginoso viaje todo-terreno promovido por una fascinación.


Contacto natural

El paisaje montañoso virgen, convive con un recinto de escala humana; un punto azul diluído en las frondosidades vegetales. El campamento de Timothy, un lunar ectópico que desconoce el disimulo, aterriza en el corazón de un clan de osos pardos. El Parque Nacional, cuenta con cláusulas de seguridad. En uno de los incisos se les prohíbe a los ciudadanos acercarse a un perímetro menor a los noventa metros del grupo de los osos.

La estilo de Timothy Treadwell, más allá de ser considerado un experto en osos, se desliga de un corpus científico; más bien se desliza en torno a una pasión animal, a un derrotero personalísimo, donde el secreto es el objeto de culto. Una intimidad singular que será revelada ni bien culmine la aventura, y con el descubrimiento de una raza salvaje que es dilapidada por la zoología como portadora de una furia salvaje y asesina. El espíritu de pionero revive en Timothy la fortaleza que pugna por la continuidad de sus experiencias. Aunque el fantasma del abandono invade cada día con las imponentes lluvias, el gélido clima y las primaveras estrechas. Sin embargo, prolongará su estadía hasta lo inesperado.


La naturaleza del hombre

Seré uno de ellos, seré… el maestro”

El espíritu de Timothy Treadwell encierra un ser perturbado, desconectado de la realidad y la cultura. Un ser que opta por la convivencia con los osos pardos para huir de un pasado marcado por los fantasmas de la homosexualidad y el inconformismo. La ruptura con esos demonios lo llevará a considerar un nuevo nacimiento, el encanto por forjar una nueva raza dentro de sí mismo, el diseño y armado de vínculos filiales desprovistos de crueldad y acerbo social.

El corte abrupto con un sistema de legalidades urbanas le da la oportunidad de elegir una nueva comuna con seres desconocidos, despojados del contaminado lenguaje que determina un malestar, el de una cultura maquinada para autoabastecerse mediante la educación y el disciplinamiento de los cuerpos.

Timothy Treadwell quiebra el determinismo social mediante el mecanismo delirante del creacionismo; la autoimpostura de una paternidad primitiva, en una horda de gigantes análogos a su naturaleza digna y salvaje.

Es así como se despoja de los lazos simbólicos que lo atormentaban ideando un antropomorfismo animal, una homología intuida por su lectura desquiciada de los signos naturales. La simbiosis entre lo simbólico y lo real omite la consigna levistrausseana de la instalación de una ley natural diluyendo el cerco que los discrimina como órdenes incompatibles. Con este atrevimiento Timothy renuncia a su experiencia previa como documentalista, internándose a ciegas por los dictados del desequilibrio.


El fin

La aventurada travesía de Timothy Treadwell se embosca a sí misma cuando en el contacto real de las dos “culturas” se impone la brutalidad animal. La adjudicación de un comportamiento humano en los osos pardos conlleva al desconocimiento de lo real, siempre inadmisible a la lógica del pensamiento. La jugada por realizar un sendero reversible al campo de la socialización, el retroceso a estadíos primitivos para sentar los basamentos de una nueva cultura, la ardua tarea de quebrar la legalidad de una civilización, tiene un precio constitutivo.

Y es aquí donde la vida continúa abriéndose camino, mediante la selección natural de las especies, que cuando son amenazadas por la introducción de un elemento extranjero, devoran toda posibilidad de cambio.


Emilio Malagrino

Pequeño sol



(Análisis del film “Little Miss Sunshine” – 2006)



El club de los perdedores

Una beca de 30000 dólares parece ser suficiente para una niña. Sobre todo cuando la pantalla de TV empaña sus gafas con la imagen sacralizada de una bella modelo que no pudo ascender al podio de Miss América. Ocupar un segundo escalón en los tópicos de la feminidad no corre riesgos si la promesa es una abultada suma ideal para confraternizarse con los miembros de su disfuncional familia. La solidaria ofrenda no se ostenta, al mismo tiempo que el clamor de un primer puesto sólo apadrina un simulacro simbólico. Lo necesario es suficiente en la pirámide escalada. Y para Olive, la niña que vive un sueño americano muy singular, la imagen del video se detiene justo ahí, donde sus posibilidades parecen angularse en el espejismo de un probable segundo lugar.

Su padre, Richard, parece alimentar un juego distónico en los laberintos preadolescentes de Olive. Padre entronado en un proyecto cuasi-celestial que los pasillos empresariales deberían animar con recordatorios de su metodología, se subsume

asaz en la consagración de sus ideas sobre un mecanismo que cree infalible, eficaz y eficiente y promete dejar huella en el mundo de las corporaciones. El proyecto llamado “Rehúsa Perder” más bien se asemeja a una parcela negadora propia del conductismo, y formación reactiva mediante, lo somete a prueba en un disimulado auditorio. Su discurso comienza “Hay dos tipos de gente en este mundo, los ganadores y perdedores. En el centro mismo de su ser, hay un ganador esperando a que lo despierten y a que lo liberen en el mundo”. Extraviado en sus fantasías exitosas no hace más que exhibir su minúscula arenga catártica, con un pendulante aplomo sobre un paradigma de fango y arenas movedizas.

Dwayne, es hermano de Olive, hijo de Richard. Adolece por donde se lo mire; autotitulado como excluido del escenario familiar, harto sindicado en las escuelas filosóficas asesinas de potestades, lector acérrimo del rock nietzscheano con póster incluido en las paredes de su habitación. No cesa de no inscribirse en el lenguaje oral, por su decisión ascética del voto de silencio, a la espera de una graduación lejana como piloto de avión, aguantando la letra epitelial de sus estrechos convivientes.

Sheryl, madre de Olive y Dwayne, esposa de Richard. Ama de casa casi desesperada, inundada por el material que la bancarrota creciente adjunta en los objetos impares que revisten las alacenas de su cocina. Promotora de la comunicación sanguínea, lograda mater de caricias e intuiciones, evalúa los milímetros afectivos en un sensor intangible al ojo cónyuge.

El abuelo, padre de Richard. Fenómeno sustancial, dotado de la cultura del happening,

insurrecto descollante con secretos de baño, aspirador de polvos mágicos, desafiante acérrimo de la estrechez progenie. Su lazo más íntimo de filiación traspasa una generación para adoptar a Olive como su compinche incondicional de la explosión lúdica. Pasión de morisquetas y aullidos de un código gutural recóndito. La empatía del expresionismo infanto-geronte en la trastienda del disorder familiar de los Hoover no sólo se circunscribe al ámbito de las máscaras, sino que guarda una conexión maestro-alumna, entrenador-deportista, motivada por el sueño de Olive.

La irrupción del más allá

En una silla de ruedas puede descansar un inválido, un recién operado, una mujer en su gravedad grávida, un deportista discapacitado o un hombre que no pudo.

Frank es hermano de Sheryl. Su vida entera habrá transitado por su mente instantes previos a no poder. Lo evidencia su estado disminuído, su intelecto literario postrado en un intervalo al oteo de una ventana de hospital, y sus muñequeras de gasa velando el material de sus abominaciones afectivas. El no-suicidio del profesor en Letras, el mejor experto en Proust de los Estados Unidos, ahora recobra el ironizado drama a la vera del tiempo perdido.

Sheryl incorpora en otro camino de Swann a su hermano Frank y lo hace miembro de su hogar de máximos cuidados.

La llegada del emisario de la muerte es una copla más de las estrofas informes de los Hoover, dado que la adaptación de Frank a la trama generacional ingresa en la sintonía de sus desventuras. Aunque le otorga una rúbrica específica, el coqueteo con lo mortífero detiene la guía insípida de la usanza discursiva, y les advierte que no hay parquedad en el juego con la parca.

Es hora de cenar. Segmento temporal que enfrenta las facetas en simultaneidad. El decoro ante el invitado de lujo se muestra laxo ante los comentarios curiosos de Olive, quien interroga justo ahí, en las muñecas laceradas, y en su causa. Frank exhibe las bondades de su decisión a una niña que resuelve como “una tontería” no tanto el intento de suicidio como las desventuras amorosas de su tío. Este dicho pueril converge con el paradigma del espíritu americano adulto cuando la indignación por las diferencias sexuales supera la infalibilidad de la muerte. Y es justo ahí, en el desengaño amoroso homosexual, el lugar donde la ironía se resuelve a sí misma mediante efectos de comedia. Pero también encona la certidumbre de una finitud.


Por el camino de Olive

Olive porta un sueño en las pasarelas provinciales, el ser en la identidad ante la mirada de los otros, jueces de la poca belleza interior que absuelven algún mal paso pero condenan el desgano y los desórdenes de las nóveles concursantes que atentan contra las buenas costumbres del American Way of Beauty. El título que Olive pretende es otro que el acordado en la significación popular, aunque ella no lo sepa aún.

Una buena noticia corta el aire inflamado de lesiones y otros silencios. La voz del otro lado del teléfono anuncia que Olive obtuvo un lugar para participar en el concurso Little Miss Sunshine, de llegada nacional, dado que la postulada número uno fue suspendida por mérito de su madre, al suministrarle pastillas de dieta. Olive reacciona, como es esperado, con grititos infantiles que acompañan un trote de tiovivo alrededor de la mesa. Y en la mirada estática de los otros se sintomatiza la infección psíquica del triunfo, una sintonía de frecuencia modelada en el campo de lo posible.

Richard colmará de expectativas a su hija, pero el cedazo de su vitoreo se confunde de cliente, y no tardará en saturarla de viñetas publicitarias en torno a los nueve pasos de su hervido proyecto, “Rehúsa Perder”. Todos en la familia y a su manera, van a emprender el viaje soñado por Olive. Quien encuentra satisfacción plena es el abuelo, entrenador oficial y exclusivo de su deportista predilecta.

A contrarreloj emprenden un viaje hacia Redondo Beach, el destino de la belleza infanto-juvenil. El vehículo, una camioneta amarilla tan destartalado como sus integrantes, no cesará de demostrar que la tragedia elige sus componentes variopintos cuando dios después de crearlos, los amontona. Un viaje que también podará las sienes, en un encuentro con lo real del ocupante de cada butaca.

Olive accede a un rango personalísimo, mascota ahora mimada que porta una promesa para la estirpe Hoover.

Dwayne recobrará los lapsos de su tiempo mudo al enterarse de un drama que lo destituye de su sueño. El daltonismo hasta ahora ignorado se manifiesta mediante un juego, oh falso sueño de un carente, donde se le muestra que un piloto de avión nada puede hacer si confunde la paleta cromática. Para-lógicamente, su voz estalla en la vertiente angustiante.

Richard, conductor de esta empresa, no cesará de amparar sus nueve pasos ante un padre terco aunque realista. La pulseada lógica lo ceñirá en su propia trampera filial, donde lo perdedor-ganador dará cuenta de una dupla inconsistente frente al tercero que simboliza el error de cálculo.

Viaje interior, un new wave age rutero, camino de cemento yóguico en la repetición de un mantra sagrado, el éxito espera después de los peajes del ego.


No es un abuelo, es El Abuelo

Hay varias paradas en la ruta, descansos lógicos de una máquina hecha para una vuelta por la plaza, que es conminada a un esfuerzo motor. El taller mecánico, doctor de huesos metálicos, dará su diagnóstico negativo a un corazón de latón que poco soporta. El abuelo empatiza justo ahí con los síntomas del vehículo destartalado. La diversidad de sensaciones, la presión de sus fosas nasales contra el polvillo blanco, el vertiginoso éxodo, la edad, todo apunta a exigir a la bomba sanguínea que protesta y le pide misericordia. El abuelo muere. Otro drama en la junta familiar.

El tiempo sin embargo hace caso omiso al deceso y prosigue su transcurso desafectado. Un hospital al paso lo cubre con una sábana blanca frente a la mirada tierna e insatisfecha de Olive. El tiempo sigue. Se viene la burocracia de la carne fría, el traslado, las firmas, la cochería, el desvelo. El sueño de Olive parece detenido en un trágico luto que podría cancelar la ilusión. El tiempo sigue. El papeleo consigna el letargo propio de los movimientos de un cadáver, nuevo objeto mueble en el mercado de las pompas. Todos lloran no demasiado, porque el mayor peso específico apunta a no perder. El “Rehúsa Perder” trastorna sus contenidos. Perder al abuelo no significa perderlo todo. No hay que dejar que el anhelo de Olive se creme. La vida debe continuar. Y el tiempo sigue.

Richard, en un salto de imaginería infantil, decide llevarse el cuerpo con ellos. Porque no es cualquier abuelo, es el abuelo. No pueden extraviarlo ahí mientras Olive decae junto bajo los relojes impertérritos. Todos son una familia, hasta lo fue eso que ahora yace bajo la sábana blanca, por más que el Estado se proclame como propietario de los que ya no respiran. El abuelo, en cierto punto, continua respirando y aspirando, ya no sustancias ilegales, sino una palmada de gloria para su nieta.

Llevar la muerte como atribución de la negación, aunque el duelo sea posterior, no es lo mismo que sepultarla como si nada hubiera ocurrido. Algo pasó, y la familia Hoover posee herramientas alternativas para decidir. Y la comedia salta por la ventana junto al cuerpo del abuelo, porque él entrenó a Olive y tiene que estar ahí, junto a los suyos, para hacer fuerzas desde el más allá. Aunque en esta decisión prima un sesgo ventajista. Que la cuenta del tiempo no llegue a cero para que Olive derribe la posible salvación familiar.

La camioneta continúa su marcha con un bulto blanco detrás.


El baile de los perdedores

Un lujoso Hotel provincial bajo el sol de Redondo Beach, muestra en sus pasillos una tormenta de niñas taconeando con dificultad, mientras los aromas afrutillados de sus pecas se suspenden en el aire como una estela de sudor histérico. Enanas con brillos y pestañas ortopédicas, brushing insoportablemente exagerado, sonrisas petrificadas en el dentífrico infantil. Olive está contenta en su inocente sueño. No percibe el disciplinamiento de los cuerpos aptos para cualquier condenado por pederastía.

El camarín gigante rezuma de exasperación. Trajes de baño diminutos, plumíferas madres impúdicas exponiendo bodoques de rubor y sombra alergénica. Labios de chocolate y frutas encendidas. Todas intentan la orden protésica de la sonrisa educada a discreción. Olive se peina frente al espejo que le devuelve una realidad sencilla, diminuta, sin acerbo de pasarela, con aire provinciano antimoda.

La pasarela respira desde el nervio. Un anfitrión desagradable de cabaret infantil presenta su artificio, desde una voz insoportable y complaciente. Las doce hermosas concursantes son invitadas a recorrer la galería del modelaje. En fila, como en la escuela, se detienen ante los conos de luz multicolor y el aplauso de los congraciados familiares. Madres ensoñadas obligadoras a conseguir un ideal propio en cuerpo ajeno. En tanto, los Hoover disimulan el agravio que sus mentes aunadas dictaminan en esta calumnia de la belleza infantil.

Comienza el desfile. Cada participante expone sus propiedades y atribuciones. El canto, el baile, y la siempre erguida sonrisa madurada a golpes efectistas. Aunque en sus ojos se evidencia que no están contentas como su boca, del conjunto resulta una mueca de muñeco maldito y terrorífico. Cuando sale Olive, provista de una indumentaria deportiva y austera, en sus ojos puede advertirse la alegría de haber escalado hasta ese instante. Y da comienzo al baile acompañada por la pista doce de su cd.

El jurado no asiente ni relaja. Sino que frunce el ceño ante lo siniestro de la antibelleza no compartida. La singular performance de Olive atenta contra el espíritu de la corporación fabricante de bellezas y tapas de revistas. El anfitrión salta al escenario para ocultar al demonio. Es entonces cuando los allegados a Olive, parientes de pura cepa, que hasta ahora sintonizaban en los momentos cumbres de su identificación, irrumpen hasta la indiscreción en la pasarela.

Los antes espectadores, ahora mirados por todos, se suman en el mecanismo danzante de Olive, generando una coreografía improvisada. Protesta o apoyo. Denuncia o ayuda. El espectáculo se centra en el escenario familiar. Todos coherentes en la incoherencia del momento. La configuración se compagina desde los pies hasta la mente. El exorcismo tribal de una danza feroz que no habla desde la oralidad cultural sino desde la catártica empresa sintónica.

Perdedores o ganadores, el estigma designado parece no tener concepto cuando se trata de un discurso único, singular y fraseado en la transmisión generacional. La genuina mostración en un lugar inapropiado. La exposición bizantina en un centro de belleza.

Frank baila por su fracaso amoroso, Richard baila por su frustrada publicación del libro empresarial, Dwayne baila por la vuelta de su voz pese a no poder cumplir el sueño de piloto, Sheryl baila por la unión de la familia, Olive baila para su abuelo y para sí misma. A pesar de todo, continúan unidos bajo el sol de Redondo Beach.


Emilio Malagrino



Damnificación



Análisis del film Tarnation (Jonathan Caouette- 2003)




Relato fragmentado


¿Cómo comenzar el relato desde la fragmentación discursiva? ¿Cómo describir el enjambre histórico de una familia disfuncional? ¿Qué se puede decir cuando la palabra está condenada a la destrucción? Tal vez sea el trabajo de erudición de un experto en montaje, tal vez la recomposición de las piezas de un puzzle. Y esta es la elección caprichosa de Jonathan Caouette, director y protagonista de esta bitácora sin rumbo. La dificultad de encuadrar este film en un estilo proviene de su esencia destructiva, y ahí radica su belleza interna, ya que es una biografía, un intento de historización.

Jonathan recopila fotos familiares, filmaciones en Super-8, en video digital, cada dato vivo de los miembros que forman su ascendencia. No hay más que pudor cuando se observa lo exhibido de la intimidad loca; no hay más que fatalismo cuando el tiempo deteriora una posibilidad de cambio. La necesidad de recoger un testimonio que exorcice el hundimiento de un linaje, la obligatoriedad de no perecer en la desintegración. Escenificar lo real para enmascarar la herida fresca que se repite ad infinitum. El intento de armar cuadro por cuadro la propia historia es el emprendimiento que emerge desde el infierno al que la familia fue condenada por las determinaciones del inconsciente.

El resultado del proceso se asemeja al videoclip, al canon del cine experimental, un dogma intraducible. Y los actores son las personas que Jonathan conoció toda su vida. Los abuelos Adolph y Rosemary, los padres Renee y Steve, y el último destinatario de esa herencia patógena: Jonathan Caouette.





La posibilidad de un hilo


El film comienza con el relato de un sueño que acaba de aquejar a Johnatan. Con una prestancia de imágenes que lo sumen en la perplejidad, Johnatan le comenta a su pareja que acaba de soñar con su madre. Una mujer que en casi la totalidad de su vida fue expuesta al microscopio médico-psiquiátrico, hoy se debate entre las dosificaciones de litio y un insipiente tratamiento renal mediante diálisis.

Luego de sentirse Johnatan al borde de una fiebre causada por una acumulación estresante de sucesos, una voz en off se funde con el telón de fondo texano, emitiendo una desiderata sobre los valores y moral humanos. Un intento forzado por conducir mediante una cadena significante, la entonación de los mandamientos sociales para el buen vivir, una vía de rescate que descontractura la peor de las simientes, la fundación de una familia bordeada por la enfermedad y la muerte.

En pocos minutos se puede apreciar el magma forjador de un deterioro. La decrepitud de los cuerpos que envejecen en un fade de fotogramas. Los abuelos Adolph y Rosemary floreciendo en su juventud pueblerina a blanco y negro. La llegada de su hermosa hija Renee en un sinfín de imágenes exhibiendo su bello rostro. De a poco, la temporalidad clava una hendidura de hechos nefastos y la cadena se fragmenta hacia la psicosis. Renee sufre un accidente y unos vecinos de la familia Le Blanc le sugerirán algunas sesiones de electroshock para la niña traumatizada. Más adelante, Renee conocerá a Steve, con quien contraerá matrimonio y tendrá un hijo, Jonathan.

Este acontecimiento continuará el caudal espiralado de locura que descenderá hacia la descarnadura de las pulsiones, internaciones, intoxicaciones. La vida de Jonathan podría ubicarse desde el eco, un delay identificatorio donde se borda hasta el calco con la tragedia materna en su desventurado accidente. Casi a la misma edad que tenía su madre cuando cae del tejado, Jonathan se introduce en las drogas duras; desde ese momento, él describe el proceso de despersonalización que padece, con la imposibilidad de distinguir entre el sueño y la realidad. El caudal identificatorio lo atormenta, lo condena hacia la metástasis de sentido, donde lo no hablado materno es ahora aullido de hijo.

Es en el mismo Johnatan donde se van a imprimir las vestiduras de lo aciago. Y su fascinación por la mirada le hará descubrir que su vida entera podría tamizarse por las rendijas exhumadoras del celuloide. Es así que, ya siendo un muchacho, decidirá obrar por la recolección entomológica del biograma familiar. Esta elección le otorgará la posibilidad de encauzar por diques conectores, los aullidos extraviados del devaneo dinástico. Comenzar con la historia en una cronología más lógica, introducir el elemento rítmico del latido del tiempo. La argucia de adherir eslabones donde no existía más que agujero. Una labor científica que construye aquello que la organicidad de la carne devoró en su momento.



Etimologías


Tarnation” no es una palabra del lenguaje compartido, más bien resulta de una condensación de significantes, un neologismo hermético que no significa nada en sí mismo, aunque un rastreo lingüístico lleva a distintos derroteros de sentido. Las posibles palabras encerradas en este bloque: Temptation, damage, Tántalo, Tartaro, Condemnation, recuerdan a la mitología griega, a un Tántalo hijo de Zeus que fue condenado al infierno del Tártaro por divulgar los secretos del olimpo a los terrenales; a la tentación de publicar lo prohibido; al daño ejercido en el intento.

Si Jonathan Caouette está condenado desde su nacimiento, Tarnation puede redimirlo como alegato de su responsabilidad ante la revelación de un secreto. La mirada del Otro Juez sin capricho, ecuánime, y con sentido artístico, podría liberarlo de la prisión destructiva de su herencia. Esta es su jugada.

Es imposible que un film de estas características no deje impronta en el espectador, porque en los hilos que articula se halla al desnudo la estructura misma de lo innombrable familiar. Lo siniestro exhibido en pantalla grande.


Emilio Malagrino






El ojo andaluz




Si existe un placer

es el de hacer el amor

el cuerpo rodeado de cuerdas

y los ojos cerrados por navajas de afeitar

Benjamín Péret


El ojo del combate

La emergencia de las confrontaciones bélicas, con la consecuente conformación de los esquemas del poder político-económico, deja a su paso de hierro el desmoronamiento de la polis. Si bien el efecto es vislumbrado en su constitución, las secuelas catastróficas difieren del programa.

Dado que la fragmentación se impone desde un azar complejo, obliga a la resignificación de lo decaído.

Si algo modifica la destrucción, es el sentido, mediante la redistribución de las fronteras topológicas y culturales. Se instituyen funciones de acuerdo a una necesidad, el emergente defensivo ante la escalada de la muerte. Las corrientes del pensamiento refuerzan el tejido social que se manifiesta en orientaciones creadoras.

La inminente imbricación de un agujero de sentido, exige una reordenación axiológica, un injerto de las membranas que sufrieron la discontinuidad, mediante la atribución de nuevas fuentes lógicas y paralógicas. Sin embargo, el movimiento creativo que bordea al agujero se sirve del material previo para la designación de nuevas configuraciones culturales. Tal es así que el término vanguardismo, corriente renovadora y reactiva del capital artístico, emerge del contexto bélico, del léxico militar que designa a la parte más adelantada del ejército, la que confrontará antes con el enemigo, la "primera línea" de avanzada en exploración y combate.

El tramo ineludible de la muerte, como la contemplación de la desaparición, requiere de mecanismos generadores de un nuevo sentido. Y la materia prima de su consolidación, las cenizas oscuras, el humo rancio del duelo, la carne de la ojiva, es el germen de lo inolvidado.


El ojo ectópico


El realismo sufre de sí mismo, coadyuvando un torrente neológico, algo por sobre el realismo, un surrealismo. El sentido modificado por un movimiento de terror masivo, es el pensamiento en todas sus vertientes. Surge la oposición reactiva-libertaria, contrapuesta a la idea de la masacre y soyuzgamiento, aunque el componente destructivo se conserva en el estallido filosófico del YO racionalista y positivo que pugna por el progreso. La integración hegeliana tiende a la desustancialización del individuo, donde ahora son los trozos, la carne viva de las trincheras que exhuma del misceláneo orgánico. El YO es descompuesto en sujeto a objetos repugnantes, devenido inconsciente, perturbado; donde ahí mismo, en lo innominable, halla su responsabilidad.

La abominación no se instaura en un ciclo causal para que las nuevas instancias creativas proliferen mediante la negación, como efecto cáustico de la metamorfosis en su contrario. Sino que se sirven de su panorama tanático para que las neovisiones, el inconsciente, la mecánica cuántica, el postmodernismo, y las corrientes venideras se valgan sin miramientos de justicia ni moral particularista, hacia la reconstrucción de los nuevos modos de relación cultural mediante la aceptación de estas inmanencias.

La imposibilidad de inscripción conceptual de la muerte, habilita otros métodos de expresión. La creciente documentación histórica mediante la fotografía, reposiciona los esquemas informativos del espectador. La tradición oral y escrita se objetaliza en la exhibición de una imagen; así mismo se cree que el engaño de una descripción subjetiva, atemperada, intervenida, se evapora en pos de lo real mostrado.

Ojo testigo absoluto sin velos ante el horror. Los órganos expuestos a la vera de una mina, van a dar un nuevo sentido ante lo mirado. El ojo estalla por las esquirlas de los nuevos modos de conformaciones cosmológicas; cortajeado en su verbo mirar, ya no ve la sustancia yoica identitaria, sino un derramamiento intensivo de elementos. Un fuera de lugar que no es interno ni externo, sino el pulsar de un órgano que protagoniza las bondades de lo mortífero.

Pero el más allá del principio del realismo, el surrealismo, promueve una reproducción creativa del objeto, que lo transforma y enriquece desde su misma sustancia contradictoria. Sin aniquilar las polaridades, la belleza de una caída de ojos como señal de seducción, contiene la posibilidad de la caída de los ojos dejando en su lugar dos cuencos vacíos, agujeros que los contenían y velaban la organicidad real.

El ojo hueco


Los sueños adquieren la entidad de ser objeto de estudio cuando el psicoanálisis se sirve de ellos para evidenciarlos como la via regia de acceso a la estructura del inconsciente, como oposición al cogito racional decartiano. Si bien la conscientia fue definida como el conocimiento que el ser humano tiene de sí mismo y del entorno, el concepto de inconsciente, derriba lo indivisible del ser, y el progreso positivo del conocimiento. El YO de la conciencia rompe su estatuto hacia el sujeto del inconsciente, sin identidad definida, en posiciones modificables.

El acento no se centra ya en la racionalidad moderna de desarrollo inductivo-deductivo, sino en el polo rechazado que detenía el proceso de conocimiento, lo inconsistente y frágil de la identidad. Los sueños denuncian la posición subjetiva en relación al tormento de no ser. Con este cambio de eje, la vida onírica y sus representaciones pictóricas, abandonan la latencia de la inutilidad y se manifiestan en la creación de ideas artísticas y tratados filosóficos.

Un Perro Andaluz, el cortometraje más significativo del cine surrealista, tiene como origen la confluencia de dos sueños de sus realizadores. Salvador Dalí soñó con hormigas que pululaban en sus manos en torno a un agujero, y Luis Buñuel soñó con una navaja que seccionaba un ojo. Las dos imágenes de apariencia antagónicas, ocultan en su seno una matriz angustiante. La presentificación de un corte en lo real del cuerpo. Lo siniestro que bombardea el esquema físico, el mirar, el tocar, como símbolos de la actividad sexual, y la pasividad de la muerte.

Lejos de cotejar con interpretaciones las imágenes oníricas, los realizadores deciden plasmar en vivo el desorden de lo soñado. Lo inmoral, lo impúdico, que se oculta bajo las sábanas de los soñadores, se exhibe sin miramientos en el devenir de desencuentros entre los dos personajes del film. Si la relación sexual no existe, de esta constitutiva ausencia se va a nutrir la trágica y paródica historia de amor entre estos dos seres perdidos en el campo de la seducción. El secreto de la falta indialectizable se apodera desde el centro mismo del guión discursivo. Si la forclusión es del sentido, se evidencia desde las escenas que parecen interrumpirse en lo abrupto, en gestos insensatos, en circunstancias azarosas, en la ausencia metafórica, en fundidos encadenados, que desencadenan cascadas de sin-sentido.

En el comienzo del cortometraje, la luna es perforada por un enjambre de nubes agudas, así el ojo es trepanado por un nuevo filo, ojo humano o mamífero, quien mira y es mirado en la fragmentación, en su esquizia. El enigma del agujero que esconde el globo ocular, tiene un valor intrínseco al secreto de la sexualidad femenina, aquello que no es representable como sí lo es, aunque sea en su tímida nimiedad, el miembro masculino.

La sexualidad y el sentido se desmoronan. Hombre y mujer, ante la posibilidad de asumir un lugar sexuado, ostentan lo contrario, la ceguera vincular.

La expresión del erotismo no es la bella epidermis semioculta de lo femenino, más bien su consorte negativo, la exhibición erótica de una vulva fundida entre los filos de un puercoespín. Se manifiesta la naturaleza híbrida de la sexualidad. Una mujer acosada por las manos de un hombre, un hombre burlado por la lengua de una mujer, una mujer-hombre en las antípodas de la ambigüedad identificatoria, que se deja arrollar por su escultura misma.

Ante lo siniestro, la parodia emerge como un extraño respiro. Los amantes parecen encontrar un espacio entre sus cuerpos, mediante un ritmo singular de caminatas danzarinas. El ritual animal de la cópula los arrincona en una pared. Un paso de tango, el rito frenético de la imagen previo al acto reproductivo; la melodía que seduce sus movimientos, los arranca por un momento del abismo. Aquí aparece el medio de contacto del galán, sus manos. El tocar como placer definitivo, y el despliegue de la fantasía que se alimenta en la exclusión de la mirada. Los ojos ausentes descomponen al cuerpo femenino en objetos a tocar-se. El alejamiento de la mujer al ser objetalizada en fragmentos de goce, la negativa de no ceder a las pulsiones parciales. Y la inminente aparición de un agujero en la mano masculina, por donde las hormigas soldado brotan. Un estigma católico pudriéndose en la culpa, el autocastigo sobre los deseos autoeróticos, el hormigueo, luego de perder la posibilidad de concretar el acto sexual.

La divergencia del contacto crea un espacio inverosímil entre dos. La última chance para consumar su amor. El galán mira a su amada mientras su boca desaparece, ya no hay posibilidad de poner en juego la palabra. En su lugar, aparece vello púbico femenino en forma de barba, en el instante en que ella pinta sus labios. Se establece la diferencia de lo que aparenta lo masculino y lo femenino. La mascarada en una pátina de pintura, la impostura escondida en la boca velluda. Pero no parece alcanzar.

Ante la imposibilidad de nombrar algo del terreno de lo sexual, sólo queda lo real del cuerpo mudo en su impúdica forma, en el hálito del sudor.

Esta provocación sin investidura simbólica genera la huída de la mujer, quien luego de burlarse del galán atraviesa un estadío. El deseo femenino tierno y sensual, se envuelve en otra máscara fantástica, se explaya en una imagen veraniega, donde un bañero apuesto la aguarda.



El ojo que asoma al interior


Este ansiado idilio no prosperará dado que el encuentro es imposible. En su lugar, un mito trágico se revela desde las arenas de la playa. Dos cuerpos semienterrados emergen como estatuas de piedra. Figuras mustias, de complexión hética, conmemorando al Angelus de Millet. Imagen multiplicada en la obra pictórica de Salvador Dalí, quien demuestra el origen de sus pesadillas persecutorias a partir de esa irrelevante puesta de sol con dos campesinos en actitud de rezo. Lo que oculta es el acto devorador de la mujer-mantis frente a la evanescencia del partenaire, luego de un escenificarse el coito. La caída imaginaria masculina, perceptible ante los ojos de una sexualidad sin sentido, ante el goce femenino innominable y presente.

El temor de la castración, ante la muerte, se cristaliza en la presencia pura. La caída de ligaduras simbolizables pone de manifiesto lo real-natural que inmuta. El Otro embate con la mordedura envenenada en un laberinto sin salida.

El cuadro del mito trágico del Angelus se impone más por lo que esconde. La cesta con hortalizas que descansa a los pies de los oradores, revela el borramiento de una imagen previa. Bajo los pulimentos del óleo se esconde una negación, el ataúd de un niño muerto. Así también ocurre con el título absurdo del cortometraje, Un Perro Andaluz, que oculta otra mortaja, Es peligroso asomarse al interior. Porque el asomo tiene un precio, la desgarradura de toda ligazón con el sentido. La verdad neta de la sexualidad y la muerte.

El interior visceral expuesto, el estallido de los cuerpos en batalla, el temor a la fragmentación de lo indivisible subjetivo, pudo ponerse de manifiesto desde lo inconsciente, desde lo onírico. Se altera el terreno de una sustancia positiva, por un ojo impúdico, horroroso, pero más responsable en relación a la verdad.


Emilio Malagrino


Pi: La cifra infinita




Análisis del film “Pi” (Darren Aronofsky- 1998)


El descubrimiento

Max Cohen es matemático. Un hombre retraído, de cabeza gacha y mirada esquiva, que en la calle llama poco la atención. Cuando ingresa al edificio donde vive, evita cruzar hasta el diálogo más trivial con sus vecinos, quienes le dan poca importancia, aunque desconocen lo que vela la puerta que ingresa a su departamento. Seis cerrojos montan guardia y le brindan seguridad ante la invasión de los indiscretos. El monoambiente exhibe su curiosa morada. Las paredes se ocultan tras el enjambre de cableríos, tomas de corriente, circuitos impresos, monitores, ordenadores, que conducen sus ramificaciones a una estructura central; un andamio con anaqueles acerados que encierran en su interior el microchip que vitaliza la super-computadora: Euclides.

Sol es el único confidente de Max, un mentor en su carrera que le brinda los conocimientos de sus últimas investigaciones. Esta vez, Max visita a Sol por un descubrimiento que éste último había abandonado hacía tiempo. El Número está por cerrarse, la serie de Fibonacci, el Vitrubio de Da Vinci, la cuadratura del círculo, la proporción aurea, la espiral de Arquímedes. Max manifiesta la ansiedad de un niño y el pánico de sus aproximaciones. Sol, muy lejos de sus tiempos entusiastas, lo desanima conduciendo el diálogo hacia el azar y la teoría del caos. A partir de ese instante, Max Cohen se sentirá más solo que antes.


Religión en alza

Max Cohen sufre de cefaleas constantes. Lo mismo le sucede a Euclides cada vez que Max intenta atrapar a una hormiga fisgona que se pasea por el microchip de silicio; y cada vez que intenta descifrar en sus monitores la invariabilidad de esa cifra que emerge de sus cálculos. El sabe que ese número cercano a los 216 dígitos corresponde a la simiente natural de todas las cosas, pero niega que “si mira directo al sol puede perjudicar su visión”, tal como se lo había aconsejado su madre cuando niño.

Una llamada telefónica particular le indica que su secreto es advertido por el entorno exterior del cual Max se escabulle con celosa cautela. ¿En qué pueden confluir una empresa de Wall Street y una Secta de Cabalistas Judíos? En el denominador básico que moviliza sus métodos, las Matemáticas. Y allí es donde Max Cohen se convierte en el portador de la clave que puede desenmarañar tanto sea un negocio millonario, como el descubrimiento del mismísimo nombre de Dios. La elucidación de este destino lo zambulle en un magma de persecuciones que desencadenará su ira y su alocada carrera por escapar de los que intentan importunar su íntimo nicho vital.


Lenguaje químico

Bloqueadores Beta, bloqueadores canalizadores de calcio, inyecciones de adrenalina, altas dosis de ibuprofeno, esteroides, altas dosis de Trager, ejercicio violento, supositorios de cafergot cafeína, acupuntura, marihuana, percodan, midrina, tenormina, sansert, homeopatía.

El ejercicio mental de Max no agota la jaqueca que late esporádicamente con pulsaciones horrorosas, decide arrojarse al suministro de sus medicinas habituales. Comprimidos de Promazine, Sumatripan y una pistola de vacunación subcutánea de Mesilato de Dihidroergotamina.

Sol, mientras juega con Max una partida de Go, lo conmina a abandonar toda su búsqueda por tratarse de una arrobamiento que lo podría enajenar. Max se siente insultado y abandona a su confidente en medio de una tumultuosa discusión.

Las migrañas vuelven al ritmo rabioso de la fundición del microchip. Un vínculo extravagante y endócrino que unifica sus procesos biológicos a los de los circuitos de su computadora. Este matrimonio lo conmina a pensarse aritméticamente, hasta llegar a pronunciar que toda su estructura molecular está hecha de números.


3,1415926535 8979323846 2643383279 5028841971…

Al graficar los números de cualquier sistema, emergen patrones. Max Cohen estaba descubriendo patrones en las series numéricas de las acciones en la Bolsa de Comercio. A esta altura la representante de una firma de Wall Street acosa a Max al punto de extorsionarlo por su hermetismo ante una negociación que él no admite. Sus conocimientos en las matemáticas podrían enriquecer a tantas empresas como arrojar a la quiebra a las competidoras. Max hace caso omiso ante una prometedora suma.

Un jasidim investigador de La Torah también recurre a su sabiduría. Max Cohen fue elegido para desentrañar el enigmático nombre de Dios, una cifra que se repite a lo largo de los Escritos Sagrados y que jamás los sacerdotes hebreos habían podido dilucidar. Frente a esto, Max muestra un celoso retraimiento. El sabe que su cabeza resguarda un enigma universal que no piensa divulgar, pues en su publicación cae su secreto. Un misterio que larva desde que pudo ver de niño al sol sin siquiera pestañear, un escamado silencio que da la impronta de su misión vital. La clave que sustancializa una estructura del todo y expulsa al azar como sospechado capricho. El parentesco del proceso mental humano con el sistema binario. El “Todo posible de significar” va a ser el teorema de su excéntrica historia.


Alucinosis

Hormigas por el teclado, sustancias gelatinosas en los circuitos, charcos de sangre en el subterráneo, la viva imagen de un cerebro fresco en el lavabo. La certeza de una persecución callejera por un secuaz de alguna compañía implicada en su deterioro. Las migrañas se reactivan con insolentes estallidos. Euclides parece cobrar vida propia cuando detiene sus procesamientos. Max decide rapar su cabello para rastrear el origen del dolor. Toma la pistola de vacunación y se inyecta una dosis de una medicación cualquiera en su sien derecha. Su cuerpo ingresa al derrumbe en cascada de lo que parecía soportar una consistencia aritmética. El bisturí intente extirpar el padecimiento que carcome sus ecuaciones. Un agujero nuevo en su corteza dérmica para exhalar la compresión neurológica y poder continuar con la sinapsis activa, porque El Número está penetrando en su cerebro.


Sol

Max Cohen está imposibilitado de realizar ninguna actividad, si no es la recitación constante de un mantra que es dictado desde su conciencia: El Número. Tendido en el suelo de su hibernáculo informático, tiembla y suda ante la mención del código. La invasión se desencadena en cataratas aritméticas. Sin embargo, hay un dejo de felicidad en su mirada turbia, una luz comienza a envolverlo hasta engullir todo trazo de realidad cognoscible.

La imagen de Max se funde consigo mismo en un parque, en el descanso de un banco de granito, sumido en la admiración de las copas de los árboles silenciosos. Los colores se realzan en una novedosa danza. Ya nada importa, sólo el renacer del mutismo frente a la Natura siempre Real, sin claves ni sentido. Y la mirada sin razón de un sol distante, tras las nubes.

Emilio Malagrino