domingo, 8 de mayo de 2011

Damnificación



Análisis del film Tarnation (Jonathan Caouette- 2003)




Relato fragmentado


¿Cómo comenzar el relato desde la fragmentación discursiva? ¿Cómo describir el enjambre histórico de una familia disfuncional? ¿Qué se puede decir cuando la palabra está condenada a la destrucción? Tal vez sea el trabajo de erudición de un experto en montaje, tal vez la recomposición de las piezas de un puzzle. Y esta es la elección caprichosa de Jonathan Caouette, director y protagonista de esta bitácora sin rumbo. La dificultad de encuadrar este film en un estilo proviene de su esencia destructiva, y ahí radica su belleza interna, ya que es una biografía, un intento de historización.

Jonathan recopila fotos familiares, filmaciones en Super-8, en video digital, cada dato vivo de los miembros que forman su ascendencia. No hay más que pudor cuando se observa lo exhibido de la intimidad loca; no hay más que fatalismo cuando el tiempo deteriora una posibilidad de cambio. La necesidad de recoger un testimonio que exorcice el hundimiento de un linaje, la obligatoriedad de no perecer en la desintegración. Escenificar lo real para enmascarar la herida fresca que se repite ad infinitum. El intento de armar cuadro por cuadro la propia historia es el emprendimiento que emerge desde el infierno al que la familia fue condenada por las determinaciones del inconsciente.

El resultado del proceso se asemeja al videoclip, al canon del cine experimental, un dogma intraducible. Y los actores son las personas que Jonathan conoció toda su vida. Los abuelos Adolph y Rosemary, los padres Renee y Steve, y el último destinatario de esa herencia patógena: Jonathan Caouette.





La posibilidad de un hilo


El film comienza con el relato de un sueño que acaba de aquejar a Johnatan. Con una prestancia de imágenes que lo sumen en la perplejidad, Johnatan le comenta a su pareja que acaba de soñar con su madre. Una mujer que en casi la totalidad de su vida fue expuesta al microscopio médico-psiquiátrico, hoy se debate entre las dosificaciones de litio y un insipiente tratamiento renal mediante diálisis.

Luego de sentirse Johnatan al borde de una fiebre causada por una acumulación estresante de sucesos, una voz en off se funde con el telón de fondo texano, emitiendo una desiderata sobre los valores y moral humanos. Un intento forzado por conducir mediante una cadena significante, la entonación de los mandamientos sociales para el buen vivir, una vía de rescate que descontractura la peor de las simientes, la fundación de una familia bordeada por la enfermedad y la muerte.

En pocos minutos se puede apreciar el magma forjador de un deterioro. La decrepitud de los cuerpos que envejecen en un fade de fotogramas. Los abuelos Adolph y Rosemary floreciendo en su juventud pueblerina a blanco y negro. La llegada de su hermosa hija Renee en un sinfín de imágenes exhibiendo su bello rostro. De a poco, la temporalidad clava una hendidura de hechos nefastos y la cadena se fragmenta hacia la psicosis. Renee sufre un accidente y unos vecinos de la familia Le Blanc le sugerirán algunas sesiones de electroshock para la niña traumatizada. Más adelante, Renee conocerá a Steve, con quien contraerá matrimonio y tendrá un hijo, Jonathan.

Este acontecimiento continuará el caudal espiralado de locura que descenderá hacia la descarnadura de las pulsiones, internaciones, intoxicaciones. La vida de Jonathan podría ubicarse desde el eco, un delay identificatorio donde se borda hasta el calco con la tragedia materna en su desventurado accidente. Casi a la misma edad que tenía su madre cuando cae del tejado, Jonathan se introduce en las drogas duras; desde ese momento, él describe el proceso de despersonalización que padece, con la imposibilidad de distinguir entre el sueño y la realidad. El caudal identificatorio lo atormenta, lo condena hacia la metástasis de sentido, donde lo no hablado materno es ahora aullido de hijo.

Es en el mismo Johnatan donde se van a imprimir las vestiduras de lo aciago. Y su fascinación por la mirada le hará descubrir que su vida entera podría tamizarse por las rendijas exhumadoras del celuloide. Es así que, ya siendo un muchacho, decidirá obrar por la recolección entomológica del biograma familiar. Esta elección le otorgará la posibilidad de encauzar por diques conectores, los aullidos extraviados del devaneo dinástico. Comenzar con la historia en una cronología más lógica, introducir el elemento rítmico del latido del tiempo. La argucia de adherir eslabones donde no existía más que agujero. Una labor científica que construye aquello que la organicidad de la carne devoró en su momento.



Etimologías


Tarnation” no es una palabra del lenguaje compartido, más bien resulta de una condensación de significantes, un neologismo hermético que no significa nada en sí mismo, aunque un rastreo lingüístico lleva a distintos derroteros de sentido. Las posibles palabras encerradas en este bloque: Temptation, damage, Tántalo, Tartaro, Condemnation, recuerdan a la mitología griega, a un Tántalo hijo de Zeus que fue condenado al infierno del Tártaro por divulgar los secretos del olimpo a los terrenales; a la tentación de publicar lo prohibido; al daño ejercido en el intento.

Si Jonathan Caouette está condenado desde su nacimiento, Tarnation puede redimirlo como alegato de su responsabilidad ante la revelación de un secreto. La mirada del Otro Juez sin capricho, ecuánime, y con sentido artístico, podría liberarlo de la prisión destructiva de su herencia. Esta es su jugada.

Es imposible que un film de estas características no deje impronta en el espectador, porque en los hilos que articula se halla al desnudo la estructura misma de lo innombrable familiar. Lo siniestro exhibido en pantalla grande.


Emilio Malagrino






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