
Si existe un placer
es el de hacer el amor
el cuerpo rodeado de cuerdas
y los ojos cerrados por navajas de afeitar
Benjamín Péret
El ojo del combate
La emergencia de las confrontaciones bélicas, con la consecuente conformación de los esquemas del poder político-económico, deja a su paso de hierro el desmoronamiento de la polis. Si bien el efecto es vislumbrado en su constitución, las secuelas catastróficas difieren del programa.
Dado que la fragmentación se impone desde un azar complejo, obliga a la resignificación de lo decaído.
Si algo modifica la destrucción, es el sentido, mediante la redistribución de las fronteras topológicas y culturales. Se instituyen funciones de acuerdo a una necesidad, el emergente defensivo ante la escalada de la muerte. Las corrientes del pensamiento refuerzan el tejido social que se manifiesta en orientaciones creadoras.
La inminente imbricación de un agujero de sentido, exige una reordenación axiológica, un injerto de las membranas que sufrieron la discontinuidad, mediante la atribución de nuevas fuentes lógicas y paralógicas. Sin embargo, el movimiento creativo que bordea al agujero se sirve del material previo para la designación de nuevas configuraciones culturales. Tal es así que el término vanguardismo, corriente renovadora y reactiva del capital artístico, emerge del contexto bélico, del léxico militar que designa a la parte más adelantada del ejército, la que confrontará antes con el enemigo, la "primera línea" de avanzada en exploración y combate.
El tramo ineludible de la muerte, como la contemplación de la desaparición, requiere de mecanismos generadores de un nuevo sentido. Y la materia prima de su consolidación, las cenizas oscuras, el humo rancio del duelo, la carne de la ojiva, es el germen de lo inolvidado.
El ojo ectópico
El realismo sufre de sí mismo, coadyuvando un torrente neológico, algo por sobre el realismo, un surrealismo. El sentido modificado por un movimiento de terror masivo, es el pensamiento en todas sus vertientes. Surge la oposición reactiva-libertaria, contrapuesta a la idea de la masacre y soyuzgamiento, aunque el componente destructivo se conserva en el estallido filosófico del YO racionalista y positivo que pugna por el progreso. La integración hegeliana tiende a la desustancialización del individuo, donde ahora son los trozos, la carne viva de las trincheras que exhuma del misceláneo orgánico. El YO es descompuesto en sujeto a objetos repugnantes, devenido inconsciente, perturbado; donde ahí mismo, en lo innominable, halla su responsabilidad.
La abominación no se instaura en un ciclo causal para que las nuevas instancias creativas proliferen mediante la negación, como efecto cáustico de la metamorfosis en su contrario. Sino que se sirven de su panorama tanático para que las neovisiones, el inconsciente, la mecánica cuántica, el postmodernismo, y las corrientes venideras se valgan sin miramientos de justicia ni moral particularista, hacia la reconstrucción de los nuevos modos de relación cultural mediante la aceptación de estas inmanencias.
La imposibilidad de inscripción conceptual de la muerte, habilita otros métodos de expresión. La creciente documentación histórica mediante la fotografía, reposiciona los esquemas informativos del espectador. La tradición oral y escrita se objetaliza en la exhibición de una imagen; así mismo se cree que el engaño de una descripción subjetiva, atemperada, intervenida, se evapora en pos de lo real mostrado.
Ojo testigo absoluto sin velos ante el horror. Los órganos expuestos a la vera de una mina, van a dar un nuevo sentido ante lo mirado. El ojo estalla por las esquirlas de los nuevos modos de conformaciones cosmológicas; cortajeado en su verbo mirar, ya no ve la sustancia yoica identitaria, sino un derramamiento intensivo de elementos. Un fuera de lugar que no es interno ni externo, sino el pulsar de un órgano que protagoniza las bondades de lo mortífero.
Pero el más allá del principio del realismo, el surrealismo, promueve una reproducción creativa del objeto, que lo transforma y enriquece desde su misma sustancia contradictoria. Sin aniquilar las polaridades, la belleza de una caída de ojos como señal de seducción, contiene la posibilidad de la caída de los ojos dejando en su lugar dos cuencos vacíos, agujeros que los contenían y velaban la organicidad real.
El ojo hueco
Los sueños adquieren la entidad de ser objeto de estudio cuando el psicoanálisis se sirve de ellos para evidenciarlos como la via regia de acceso a la estructura del inconsciente, como oposición al cogito racional decartiano. Si bien la conscientia fue definida como el conocimiento que el ser humano tiene de sí mismo y del entorno, el concepto de inconsciente, derriba lo indivisible del ser, y el progreso positivo del conocimiento. El YO de la conciencia rompe su estatuto hacia el sujeto del inconsciente, sin identidad definida, en posiciones modificables.
El acento no se centra ya en la racionalidad moderna de desarrollo inductivo-deductivo, sino en el polo rechazado que detenía el proceso de conocimiento, lo inconsistente y frágil de la identidad. Los sueños denuncian la posición subjetiva en relación al tormento de no ser. Con este cambio de eje, la vida onírica y sus representaciones pictóricas, abandonan la latencia de la inutilidad y se manifiestan en la creación de ideas artísticas y tratados filosóficos.
Un Perro Andaluz, el cortometraje más significativo del cine surrealista, tiene como origen la confluencia de dos sueños de sus realizadores. Salvador Dalí soñó con hormigas que pululaban en sus manos en torno a un agujero, y Luis Buñuel soñó con una navaja que seccionaba un ojo. Las dos imágenes de apariencia antagónicas, ocultan en su seno una matriz angustiante. La presentificación de un corte en lo real del cuerpo. Lo siniestro que bombardea el esquema físico, el mirar, el tocar, como símbolos de la actividad sexual, y la pasividad de la muerte.
Lejos de cotejar con interpretaciones las imágenes oníricas, los realizadores deciden plasmar en vivo el desorden de lo soñado. Lo inmoral, lo impúdico, que se oculta bajo las sábanas de los soñadores, se exhibe sin miramientos en el devenir de desencuentros entre los dos personajes del film. Si la relación sexual no existe, de esta constitutiva ausencia se va a nutrir la trágica y paródica historia de amor entre estos dos seres perdidos en el campo de la seducción. El secreto de la falta indialectizable se apodera desde el centro mismo del guión discursivo. Si la forclusión es del sentido, se evidencia desde las escenas que parecen interrumpirse en lo abrupto, en gestos insensatos, en circunstancias azarosas, en la ausencia metafórica, en fundidos encadenados, que desencadenan cascadas de sin-sentido.
En el comienzo del cortometraje, la luna es perforada por un enjambre de nubes agudas, así el ojo es trepanado por un nuevo filo, ojo humano o mamífero, quien mira y es mirado en la fragmentación, en su esquizia. El enigma del agujero que esconde el globo ocular, tiene un valor intrínseco al secreto de la sexualidad femenina, aquello que no es representable como sí lo es, aunque sea en su tímida nimiedad, el miembro masculino.
La sexualidad y el sentido se desmoronan. Hombre y mujer, ante la posibilidad de asumir un lugar sexuado, ostentan lo contrario, la ceguera vincular.
La expresión del erotismo no es la bella epidermis semioculta de lo femenino, más bien su consorte negativo, la exhibición erótica de una vulva fundida entre los filos de un puercoespín. Se manifiesta la naturaleza híbrida de la sexualidad. Una mujer acosada por las manos de un hombre, un hombre burlado por la lengua de una mujer, una mujer-hombre en las antípodas de la ambigüedad identificatoria, que se deja arrollar por su escultura misma.
Ante lo siniestro, la parodia emerge como un extraño respiro. Los amantes parecen encontrar un espacio entre sus cuerpos, mediante un ritmo singular de caminatas danzarinas. El ritual animal de la cópula los arrincona en una pared. Un paso de tango, el rito frenético de la imagen previo al acto reproductivo; la melodía que seduce sus movimientos, los arranca por un momento del abismo. Aquí aparece el medio de contacto del galán, sus manos. El tocar como placer definitivo, y el despliegue de la fantasía que se alimenta en la exclusión de la mirada. Los ojos ausentes descomponen al cuerpo femenino en objetos a tocar-se. El alejamiento de la mujer al ser objetalizada en fragmentos de goce, la negativa de no ceder a las pulsiones parciales. Y la inminente aparición de un agujero en la mano masculina, por donde las hormigas soldado brotan. Un estigma católico pudriéndose en la culpa, el autocastigo sobre los deseos autoeróticos, el hormigueo, luego de perder la posibilidad de concretar el acto sexual.
La divergencia del contacto crea un espacio inverosímil entre dos. La última chance para consumar su amor. El galán mira a su amada mientras su boca desaparece, ya no hay posibilidad de poner en juego la palabra. En su lugar, aparece vello púbico femenino en forma de barba, en el instante en que ella pinta sus labios. Se establece la diferencia de lo que aparenta lo masculino y lo femenino. La mascarada en una pátina de pintura, la impostura escondida en la boca velluda. Pero no parece alcanzar.
Ante la imposibilidad de nombrar algo del terreno de lo sexual, sólo queda lo real del cuerpo mudo en su impúdica forma, en el hálito del sudor.
Esta provocación sin investidura simbólica genera la huída de la mujer, quien luego de burlarse del galán atraviesa un estadío. El deseo femenino tierno y sensual, se envuelve en otra máscara fantástica, se explaya en una imagen veraniega, donde un bañero apuesto la aguarda.
El ojo que asoma al interior
Este ansiado idilio no prosperará dado que el encuentro es imposible. En su lugar, un mito trágico se revela desde las arenas de la playa. Dos cuerpos semienterrados emergen como estatuas de piedra. Figuras mustias, de complexión hética, conmemorando al Angelus de Millet. Imagen multiplicada en la obra pictórica de Salvador Dalí, quien demuestra el origen de sus pesadillas persecutorias a partir de esa irrelevante puesta de sol con dos campesinos en actitud de rezo. Lo que oculta es el acto devorador de la mujer-mantis frente a la evanescencia del partenaire, luego de un escenificarse el coito. La caída imaginaria masculina, perceptible ante los ojos de una sexualidad sin sentido, ante el goce femenino innominable y presente.
El temor de la castración, ante la muerte, se cristaliza en la presencia pura. La caída de ligaduras simbolizables pone de manifiesto lo real-natural que inmuta. El Otro embate con la mordedura envenenada en un laberinto sin salida.
El cuadro del mito trágico del Angelus se impone más por lo que esconde. La cesta con hortalizas que descansa a los pies de los oradores, revela el borramiento de una imagen previa. Bajo los pulimentos del óleo se esconde una negación, el ataúd de un niño muerto. Así también ocurre con el título absurdo del cortometraje, Un Perro Andaluz, que oculta otra mortaja, Es peligroso asomarse al interior. Porque el asomo tiene un precio, la desgarradura de toda ligazón con el sentido. La verdad neta de la sexualidad y la muerte.
El interior visceral expuesto, el estallido de los cuerpos en batalla, el temor a la fragmentación de lo indivisible subjetivo, pudo ponerse de manifiesto desde lo inconsciente, desde lo onírico. Se altera el terreno de una sustancia positiva, por un ojo impúdico, horroroso, pero más responsable en relación a la verdad.
Emilio Malagrino
No hay comentarios:
Publicar un comentario