domingo, 31 de julio de 2011

¿Quién devora las uvas?




Sobre la elección del título

El siguiente trabajo es el análisis de la película “ What´s eating Gilbert Grape? ”, traducida al castellano como “¿A quién ama Gilbert Grape?”. Se puede hacer una conversión del título original, dando como resultado “¿Qué le preocupa a Gilbert Grape?” o “¿Qué está carcomiendo a Gilbert Grape?”. En este juego se encuentra una divergencia, donde el comer reemplazaría al amar, modificación significativa pero que establece una conexión cualitativa entre las dos palabras. Se podría ir más lejos, si se toma en cuenta que el apellido Grape, en inglés corresponde a “uva”. Por último, si se abusara de la traducción más dislocada, mediante la literalidad de la frase palabra por palabra, su valioso efecto aportaría la consiguiente oración: “¿Qué está comiendo la uva de Gilbert?”.

El título “¿Quién devora las uvas?” es el resultado final de la búsqueda, que a través del análisis del film y su relación con las configuraciones vinculares de la familia Grape, dará luz al contenido del mismo.

Presentación de los personajes

Endora es un pueblo chico en las afueras de Iowa. Allí vive la peculiar familia Grape: una oronda madre con un sobrepeso importante, que le impide la movilidad. Amy, la hija mayor, quien se ocupa de los quehaceres hogareños. Le siguen Gilbert – que protagoniza el film- el único miembro de la familia que trabaja para la manutención familiar. Arnie, un adolescente con autismo al que los médicos dijeron que no viviría hasta los diez años, sin embargo, le harán una gran fiesta por sus inesperados dieciocho. Y Ellen, la hija menor, cuya mayor ilusión es poder broncearse al sol todo el día.

El personaje ausente es el padre, quien hace diecisiete años se quitó la vida colgándose con una soga en las vigas del sótano.

Pueblo dormido, familia muerta

Endora es como bailar sin música”

En el pueblo de Endora casi nunca ocurre nada. Una vez al año, el opaco transcurso de los días se ve alterado por el paso de una caravana de casas rodantes, siendo este un espectáculo particular para Arnie y Gilbert. La procesión nunca se detiene en este lugar sino que utiliza sus rutas como acceso a otras ciudades. Ese es tal vez el único motivo de asombro para los habitantes de Endora.

En el pueblo todos se conocen. Aunque es necesario reservar para la intimidad algunos secretos. Gilbert trabaja a destajo en el supermercado del pueblo, sumido en una rutina que no le deja espacio para contemplar su futuro, el tiempo está detenido en la manutención de su familia, y la decisión de contraer un vínculo con una mujer parece no alterarlo demasiado. Sin embargo, mantiene una relación informal con una clienta casada, quien piensa que se le ha ido la vida en un matrimonio infeliz. El esposo de dicha mujer se dedica a la venta de seguros. Gilbert se ve envuelto en una trama equívoca cuando este hombre lo persigue en forma constante, sin embargo desconoce que los motivos fundamentales de sus llamados corresponden a la esfera comercial, viendo a Gilbert como un potencial cliente de sus pólizas.

La familia Grape también guarda sus secretos.

La madre, quien no ha salido de casa después de la muerte de su marido, ocupó el tiempo en alimentar su abulia, engrosando su bella figura hasta no poder movilizarse por cuenta propia, teniendo que dormir sentada en un sillón. Y congela la memoria de muerte abrazando a su hijo Arnie para evitar perderlo. Los niños del pueblo, quienes no la han visto jamás, la consideran una monstruosidad y un mito digno de ser observado a través de la ventana. El miedo y la curiosidad envuelven a esa madre secreta, a quien Gilbert defiende de las miradas acusatorias.

Amy es la hija mayor, quien se desempeña en las actividades que la madre obligadamente dejó atrás, ocupando sus horas en la limpieza y la cocina.

Ellen es la hija menor, la que en apariencia sortea las angustias familiares admirando su paulatino crecimiento, ubicando su propio cuerpo en las antípodas del deterioro, es así que sueña con la belleza física y una futura vida muy por fuera de los Grape.

Arnie es el hijo mimado, un impensable en la ciencia médica, que pudo sobrevivir a pesar de los pronósticos. También es un peso que detiene el desarrollo de los miembros de la familia, un eslabón que se ata a otra posible muerte. Gilbert dice respecto de su hermano:

“algunos días quieres que viva, otros no”.

Sin embargo el tiempo no detiene su transcurso, y Arnie está creciendo. Gilbert, quien lo cargaba sobre sus espaldas le comenta al mismo Arnie:

“Arnie, estás creciendo tanto, que ya no podré cargarte más” A lo que Arnie responde:

“Estás haciéndote más pequeño Gilbert, te estás encogiendo”.

Todo en la familia Grape parece estar sumido en una distorsión temporal. Los fantasmas del pasado conviven en sincronía por el estancamiento de los duelos. Sin embargo, la densidad que recorre el hogar es catalizada por el dinamismo de Gilbert quien se ocupa de no coagular las angustias que envuelven a los Grape. El peso que Gilbert carga de su obesa madre que se entristece cuando Arnie se esconde en la copa de un árbol del jardín. El peso de un trabajo de empleado que sirva para la manutención familiar. El peso de ser el mayor, la deuda obligada de encajar en un rol de responsabilidad que nunca pudo cuestionar. El peso de vincularse con una mujer casada, como expresión mínima de vida sexual. La anestesia de Gilbert se plasma en todas las actividades que desarrolla. El único indicio que denuncia el paso de los días es el peso de Arnie sobre sus espaldas. Y una llegada particular.

Una extraña en la familia

“¿Qué quieres hacer?”

Mientras Gilbert y Arnie ven el paso de la caravana de casas rodantes, perciben que uno de los vehículos de detiene. Una muchacha desciende junto a su abuela para revisar el motor. Su nombre es Becky. De ahora en más, esta visita inesperada será para Gilbert uno de los motivos que hará distinción en la monotonía del pueblo, unos de los momentos para descubrir que una mujer puede despertar inquietudes nunca antes sentidas.

Becky pasa las tardes con Gilbert. El tiempo parece adquirir un significado diverso, las tardes pueden ser ahora un lapso de descanso, una pausa a la vera de un arroyo, el transcurso de un pensamiento.

El diálogo que surge entre ellos es singular, ya que Becky es una muchacha sencilla, práctica. Y esto es lo novedoso, la injerencia de un elemento propiciado por el azar que adviene como factor de salida a esa estructura tallada por el hermetismo, el conocimiento de una realidad ajena al entramado familiar suspendido en un tiempo circular, el punto de unión con otro que porta significaciones de su propia historia transgeneracional. Estos puntos de diferencia podrían posibilitar una ampliación de los recursos simbólicos varados en la disfunción del tejido de los Grape, aunque acarrean un peligro latente, el abandono de una familia que requiere toda la atención de un Gilbert trabajador, la desaparición del único miembro heredero de la eficacia de un padre. Muchas son las veces en las que Gilbert huye de un atardecer con Becky, para cuidar de los suyos. Ella parece entenderlo.

En una oportunidad Becky le pregunta a Gilbert:

“¿Qué quieres hacer?”. A lo que Gilbert responde:

“Realmente no hay mucho para hacer aquí”.

En otra de las charlas que mantienen, Becky le muestra una mantis religiosa que está suspendida en la rama de una planta. Gilbert se sorprende por la extrañeza del insecto. Ella le comenta:

“¿Sabes como se aparean? El macho se acerca a la hembra y ella le arranca la cabeza con los dientes y el resto del cuerpo continúa copulando. Y cuando terminan, ella se lo come. Se come lo que queda de él”.

Sin buscarlo, Gilbert se irá enamorando de Becky, sin nunca descuidar sus actividades. También encontrará en esta compañía, el punto de fuga a una realidad aplastante, que se plasma en los azarosos comentarios de la muchacha.

En Gilbert parecen convivir dos mociones contrapuestas. Por un lado, el rol de semblante paterno que ha adquirido en la desdicha. Por el otro, la insipiente sensación de ser un joven enamorado. Pronto tomará una decisión extraña, para la costumbre de los Grape.

El tiempo de Arnie

“Puedo irme en cualquier momento

Una de las particularidades del autismo de Arnie es la reiteración de frases que oye de su entorno. Frases cuyas palabras contienen un peso singular, que denuncian el estado del deterioro familiar y las pobres esperanzas de un futuro menos tedioso. Muchas son las veces que lo callan, porque en sus dichos monocordes e iterativos desnuda la angustia de muerte que los demás miembros de la familia velan:

“Mamá quiere que cumpla dieciocho”.

“Puedo irme en cualquier momento”.

“¡Papá está muerto, papá está muerto!”.

“¡No quiero ir ahí abajo, papá está ahí!”.

“No vamos a ningún lado Gilbert”

También convive con él una explosión física cuando suelta su cuerpo a la carrera para treparse al árbol del jardín, con la vaga idea de desaparecer un poco. Y cuando van al centro del pueblo por provisiones, cuando Arnie suele huir de Gilbert para escalar por una torre de gas hasta llegar a su cumbre.

Este año es especial porque Arnie cumplirá dieciocho, edad nunca esperada por su familia, ni por los médicos que agoraban un pronóstico nefasto, indicando que viviría hasta los diez años. Sin embargo, Arnie no para de gritar que el sábado tendrá dieciocho.

Gilbert reservó una parte de su salario para la realización de la fiesta de Arnie. Hay expectativas con la llegada de este acontecimiento inesperado, tanta como la contradicción de no esperar demasiado, por el hecho de no imaginar a Arnie creciendo, y hasta vivir su compañía como una carga.

En casa trabajan con los preparativos de la fiesta. Amy dedicó sus horas en la confección de una torta, Ellen ayuda en lo que puede, y la madre no deja de preguntar donde está Arnie.

Un día antes de la fiesta, Gilbert encuentra a Arnie con la boca manchada de crema, y pocos restos de torta sobre la bandeja. Esto provocará la ira de Gilbert y la consecuente golpiza que propinará a su hermano menor.

Arnie devora la posibilidad del crecimiento, hecho que se plasma en el conjunto de la familia, quien se verá envuelta una vez más en un escándalo que los aúna en la indiscriminación temporal, en el esfuerzo vano por propiciar una mínima construcción que es engullida por un pasado suspendido en un punto de mortandad, en la cancelación de un transcurrir de los días.

La solución es requerida por Gilbert, quien recurre al mundo exterior para reparar el constante arbitrio del hundimiento familiar. El salvataje siempre presente de un héroe que repara las hendiduras locas talladas por el automatismo constante de la muerte.

El peso de una mujer

“quiero que conozcas a alguien”

No es usual que la familia reciba visitas. Sin embargo en el día de cumpleaños de Arnie pudieron realizar una fiesta, aunque no sin tomar recaudos, ya que los invitados fueron ubicados en el jardín, mientras que la madre espiaba por la ventana a través del velo de la cortina.

Mientras los niños se divertían en la fiesta, Gilbert tomó una decisión inusual. Franquear la puerta hacia la intimidad familiar no fue sencillo, porque conllevaba una entrada distinta, esta vez la compañía de alguien importante aunque desconocido tomó un tiempo de incertidumbres y preámbulos. Gilbert le dice a su madre:

“Quiero que conozcas a alguien. Esto es diferente, nadie va a reírse. No volveré a lastimarte mamá. Lo prometo, por favor”.

El encuentro entre las dos mujeres es asimétrico. Por un lado está Becky, con su autonomía práctica, con su locuacidad sencilla. Y por el otro, la madre, portando una timidez envolvente, a la espera de generar la risa de una desconocida. Sin embargo, el diálogo que se establece, la cautela que pesa -Gilbert mediante- va transitando un terreno de respeto y armonía. Finalmente la madre, con una expresión sonriente aunque silenciosa, estrecha la mano de Becky.

Después de este crucial momento, la madre decide levantarse por su propia cuenta. Se dirige lentamente hacia las escaleras, y sube despacio, como puede, a lo que fue en otra época su habitación matrimonial. Una vez en ella observa la cama, y se recuesta. Gilbert la mira con interrogación. Ella le dice:

“Eres mi caballero de la armadura reluciente”.

A lo que Gilbert responde:

“Creo que quieres decir brillante”

La madre lo corrige:

“No. Reluciente. Tú reluces y resplandeces”.

Gilbert interviene:

“Descansa, ¿ok? Duerme un poco”.

Nadie previó que este era un momento decisivo. Instante en el que la madre se deja caer al lecho, para poder reunirse con su esposo. El cierre del sufrimiento que aliviana la sobrecarga de la historia. El peso que se escabulle entre las sábanas.

El tratamiento del fuego

Podemos ir a cualquier lado, si queremos

I

Los hijos observan el cuerpo laxo de su madre; no hay palabras. Sólo la acompañan en su partida. Sólo los embarga un instante de preocupación. ¿Cómo sacarán a la madre de allí? Comienzan a tejer conjeturas, todas enmarcadas en una sepultura digna, y en evitar las bromas de sus vecinos a la hora de bajar el pesado cuerpo. Va a haber una multitud, aquellos que se reían del monstruo gigante en vida, seguramente presenciarán con más jocosidad la vergüenza de los Grape por la posibilidad de contratar una grúa. Gilbert se antepone a los futuros sucesos y dice:

“No voy a dejar que sea una broma”.

Los hermanos están en el jardín delantero de la casa, algunos muebles los acompañan. En sus ojos se refleja un calor amarillo, un aire de purificación. La casa se eleva en llamaradas acogedoras, se consume la tragedia del derrumbe y la burla. La desaparición de un hogar infectado por la muerte, por los duelos sin elaboración psíquica; la danza circular gravitando hacia el sótano; el ahogo de una contención brusca, de sostén inestable; es el todo indiscriminado que se evapora en una humareda oscura, purgadora.

II

En este caso familiar, vale definir al tratamiento como la acción de tratar, intentar, ejercer un camino probable hacia la reconstrucción de los lazos que mantienen unidos-apretados a los miembros de este clan.

Tratar de despejar una hipótesis, intentar redefinir las funciones simbólicas que en la familia Grape se dislocaron a partir del suicidio del padre. Ese padre que desciende a la oscuridad del sótano para colgarse en las vigas de madera. Momento nodal que denuncia la posibilidad de un derrumbe, donde el piso inestable se hunde en los pasos pesados de una madre que devoró la ausencia paterna.

El intento espontáneo de los amigos de Gilbert que lo ayudan a prorrogar el desastre, mediante el emparche de vigas suplentes, inconsistentes, ectópicas.

Echar un viso de claridad sobre el peso que Gilbert soporta en sus hombros cuando levanta a Arnie, cuando coloca las vigas, cuando su trabajo se torna más necesario que suficiente, cuando recibe la herencia de la manutención de todos los miembros de la familia, cuando sepulta sus vínculos con las mujeres.

Despejar el episodio confuso de la muerte materna, polarizarlo con la nefasta decisión del padre. Una madre inmóvil que decide volcar su peso en un emprendimiento inesperado, subir las escaleras, ascender, paso a paso, como un intento inconsciente de reparación por el descenso del padre. Subir para no hundirse, alivianar el kilaje que aplasta a los hijos desde el subsuelo, desde el agujero en la estructura familiar inconsciente, que se intentó llenar con la creciente obesidad materna, con la adhesión permanente a sus hijos.

Y la ecuación se cierra sobre sí misma, el ascenso de la madre hacia lo más alto -como el ejercicio que Arnie ejecuta cuando sube al árbol y a la torre de gas-, el acto imaginario de crecer escalando hacia lo que fuera en otra época el dormitorio, la cama donde ella había descansado con su esposo, ahora vuelve a ser cubierta por la totalidad de dos cuerpos en uno.

También el acto es precedido por la anunciación de un prominente noviazgo, y lleva en sí mismo un reordenamiento, un dejarse morir para que otra mujer ingrese. Dar un paso al costado, como miembro de un clan que se somete a la ley del intercambio, aunque conlleve su muerte real. Quitar el peso de una historia congelada, “colgada” en los años donde la vida de una familia normal se desarrollaba.

Con este hecho, la madre cede el espacio para otra mujer y exorciza al padre del suicidio, que lo lleva con ella para darle un fin digno, una muerte en pareja. Suplantar la provocación por lo natural. Y se recuestan, y se duermen, y fallecen, otra vez.

Y el fuego final, apocalíptico, cierra el concierto del derrumbe, dejando un lazo fraterno más unido por el deseo y la libertad que por el miedo a la desaparición. Es así que Gilbert, un año después, cuando espera con Arnie la llegada de Becky, sostiene un propósito, un deseo propio. Al finalizar el film lo dice con estas palabras:

“Arnie preguntó si nosotros también iríamos, y le dije… bueno, podemos ir a cualquier lado, si queremos… podemos ir a cualquier lado”.

Emilio Malagrino





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